DÉCIMO OCTAVO CUENTO. Drácula no quiere ir al dentista.

¡El correo! Hace tiempo que nadie envía cartas al conde, por ello se sobresalta y va ilusionado hasta el buzón para recoger con afán el sobre que ha echado dentro el cartero. Pero siento daros un disgusto —al igual que el que se ha llevado el conde al ver la carta—, es una citación de su dentista, diciéndole que la semana próxima ha de acudir a su revisión a última hora de la tarde, como él siempre pide.

El conde Drácula no quiere ir al dentista, nunca le ha gustado; además, hay una fuerza poderosa que lo detiene. Drácula no entiende este mundo, no le gusta. Él era feliz cuando, en el siglo XIX, cuando podía campar a sus anchas por Londres sin que estuviera mal visto todo lo que hiciera, pero ha sido mover el palito un sitio hacia la derecha (XXI) y todo se ha derrumbado. ¡Por Satán, es un vampiro!, ¿a qué se va a dedicar?, ¿a darle de comer a las palomas en un banco del parque?

Dejó de salir de su casa porque le daban escalofríos. Pasaba por enfrente de escaparates y veía libros de vampiros adolescentes que no mataban y brillaban a la luz del Sol, algo que le hacía murmurar blasfemias mientras seguía caminando por la acera con la cabeza gacha. Si quería raptar a una joven para alimentarse y asustar a sus allegados, ya lo trataban de asesino y pervertido, nadie entendía que era su naturaleza. El mundo empezó a darle asco al ver que uno tiene que renunciar a lo que es para encajar entre los demás. Es por esto que el conde no quiere ir al dentista, y no quiere salir de su casa. Ya sólo sale cuando tiene un hambre atroz, actúa lo más rápido posible y vuelve a casa a refugiarse, para que el mundo no le abrume. Dado que la televisión no es una opción, dada su repugnancia, se sume en la lectura de libros que lleva leyendo durante siglos y se sabe de memoria, pero que, al menos, hablan de algo digno de ser leído. El conde lleva mucho tiempo deprimido. La vida puede ser eterna, pero la edad no perdona, y son muchos años los que lleva sumido en la misma monotonía.

Drácula acaba de sentarse en su ‘bureau’, ha cogido su pluma, la ha hundido en el tintero enrojecido y se dispone a escribir una carta a su dentista, rogando que le disculpe porque no acudirá a su cita. Es cuando al conde se le escapa una leve sonrisa, aún tiene la suerte de disfrutar de algunos pequeños placeres, como escribir cartas con sangre de vírgenes utilizando su pluma dorada de águila real y empleando un exquisito lenguaje decimonónico.


Gary Oldman en su genial interpretación de Drácula.

La inspiración en este caso viene de varias fuentes. La fuente principal es que me estoy leyendo (terminando) Drácula de Bram Stoker y, el otro día, teniendo que acompañar a mi abuela al dentista, me preparé el libro para podérmelo llevar y así no aburrirme en la sala de espera, pero el libro se quedó en mi casa, olvidado. Gracias a esto hojeé una revista en la que encontré un póster de Machete, pero esa es otra historia. De ahí que me viniera a la cabeza la ‘graciosa idea’ de que "Drácula no quiere ir al dentista".

Aparte, también vi esta semana la película sueca "Déjame entrar" de Tomas Alfredson (basada en la novela homónima de John Ajvide Lindqvist). La recomiendo a todo aquél que disfrute del género vampírico crudo y real (aunque no exento de originalidad), no como el de la famosa saga que todos conocemos y que me niego a pronunciar.

Aprovecho para satirizar un poco sobre la hipocresía del mundo en que vivimos. Pues quién mejor que un malo para enfrentarse a esta ‘perfección’ que nos rodea, basada en leyes, normas, moralidad, estandarización y restricciones en general.

Os dejo con una canción de EUKZ (El Último Ke Zierre) que también aborda un poco el tema del bien y el mal y cuyo título acompaña al texto de hoy.


El Último Ke Zierre - El conde Crápula.


Salud. Tomás.

1 comentario:

  1. Grandes películas, sí, señor. La de Drácula... es que es mítica, no me cansaría de verla nunca. Por muchas versiones que haya ésa es mi preferida, sin duda.

    Y la de Déjame Entrar otra obra exquisita. Te hace replantearte muchísimo las cosas, sobre todo qué está bien y qué mal, si el fin justifica los medios... increíble.

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