VIGÉSIMO CUARTO CUENTO. El canto.

Una tormenta dantesca, impresionante... El barco se tambaleaba pareciendo que en cualquier batida iba a quedar del revés, sumergiendo al marino en las turbulentas aguas que querían matarlo.

No se explicaba cómo, haciendo un día sublime, al acercarse al arrecife, empezaron a arreciar el viento y la lluvia de tal forma que reaccionar era imposible.

Robó el navío hace dos semanas del muelle de Cartagena, lo hizo sin pensar, huyendo de la rutina que lo mataba, de esa vida que lo angustiaba... Cruzó a duras penas el Estrecho de Gibraltar y puso rumbo al Suroeste... esperando llegar algún día a cualquier formación de tierra alejada de la mano de Dios. En el navío había provisiones para varios hombres durante un largo viaje... él iba solo, por lo que no se iba a ver precisado en ningún momento y, si lo necesitaba, era un experto cazador... No le preocupaba el tiempo que durara el viaje. Estaba preparado.

Calculaba que no le quedaba más de una semana para avistar las costas Brasileñas, si no iba muy desviado... en caso de desviarse, quizá diera con las Antillas, esas islas que los que habían estado en El Nuevo Mundo calificaban de hermosas y misteriosas, bañadas por el Mar Caribe.

Sin embargo, en un día claro y azul, a lo lejos avistó una isla que no se hallaba en ningún mapa... le cautivó su belleza, la costa turquesa, la arena blanca y el bosque que se podía ver de un verde penetrante... oscuro y brillante a la vez.

Quiso hacer su escala, y quién sabe si llegada, en aquella isla... puso rumbo hacia ella. Conforme avanzó la tarde... surgieron de repente unas nubes de la nada, o eso quería pensar... En realidad, vio perfectamente como salían del agua... como se desprendían del mar para ascender unos metros y encapotar el cielo con un techo de dolor e ira... parecían oírse incluso agudos gritos. En su subconsciente se decía que era un castigo divino, que Dios lo estaba reprendiendo por haber llevado una vida de dudosa cristiandad.

Los gritos, o truenos, ... o gritos se encrudecieron; el agua empezó a caer con la fuerza en que caen los rayos de la ira de Zeus sobre todo aquél que lo desafía. Los mares empezaron a elevarse y a descender como si el las olas desearan salir de allí y formar parte del Cielo o el Infierno...

En una batida brutal del barco, cayó golpeándose la cabeza en la banda de estribor, no cayó al agua porque tuvo la suerte de quedarse enredado en un cabo que estuvo gran parte de la tormenta dando latigazos a la cubierta.

Un canto bello, angelical... entonces sí que pensó que se encontraba en el Cielo, pero había algo que no entendía, la Gloria no podía ser tan oscura... Se recompuso y se puso en pie... el oleaje había cesado, el mar estaba ahora muerto, no había movimiento alguno; No se oía el viento, se escuchaba perfectamente un canto femenino, una voz amielada que, sin saber cómo, lo atraía. Cogió el timón, y puso rumbo hacia el dulce cantar.

La vio allí, sumergida de cintura para abajo, apoyada en un banco de coral que rozaba la superficie marina, con unos senos turgentes y perfectos acariciados por su cabellera de un extraño color castaño. Unos ojos sensuales y unos labios que incitaban al pecado. ¿Cómo cantaba?, no movía los labios... sólo miraba fijamente al marino, diciéndole con los ojos que iba a darle el placer más intenso que jamás hubo conocido. La extraña luminosidad a su alrededor no hacía otra cosa que atraerlo más aún.

En su alienado ser, no siendo él, sino la marioneta que el canto de la joven manejaba a su antojo, no podía pensar más que en saltar al agua y hacerle el amor a aquel ángel que se había presentado frente a sus ojos... Se quitó la camiseta y así lo hizo; saltó al agua y nadó los veinte metros que lo separaban de ella, se puso enfrente y la besó de forma bestial, con la misma delicadeza del toro iracundo embistiendo a quien lo tortura.

Un salto... ella emergió varios metros sobre el mar en una imagen que atemorizó al marino. No era una mujer... Escamas... una larga cola... Verde, azul, púrpura... En el punto más alto de su salto, la sirena dejó entre ver unos dientes de rape... una inmensa boca, cayó sobre él como la gaviota sobre su presa y aquí terminó todo.

Aquella hija del Demonio demostró que sí había otra vida, la vida inmortal. La vida que ganaba cada vez que se la arrebataba a algún torpe marino que creía encontrar su salvación y que, lo único que hallaría, era la muerte.


"Sirena". De Musaraña Ilustración.



Llevaba mucho sin escribir y tenía que ponerlo en plan tocho, ¿no? Jajaja. Si alguien lo ha leído entero, gracias y espero que te haya gustado.

Hace mucho que tenía en mente esta historia y que no había escrito por falta de tiempo, de inspiración, por pereza... no lo sé muy bien. Y el hecho de escribir algo de terror (decidme que ha dado un pelín de miedo, por favor. Jajaja.) no tiene nada que ver con Halloween que, con perdón, me la trae al pairo. Tampoco tiene nada que ver con que me haya sumergido en el mundo laboral-ingenieril en el sector naval. Como digo, es algo que se fraguaba hacía tiempo.

Prometo ir entrando en vuestros blogs, a ver si le habéis dado más uso que yo estos últimos cinco meses y dejaros algún comentario.

Sabéis que siempre pongo canción, hoy (o estos días) estoy bastante rockero, me apetece mucha caña... pero también me pongo el iTunes y lo dejo en aleatorio a ver lo que suena, dejando sonar casi todos los registros que tengo guardados (¿soy la única persona que escucha una secuencia "clásica-bossanova-punk"? Jajaja).

Creo que para el tema de hoy, la canción que viene que ni pintada, es la paranoia que compusieron estos suecos a los que, la verdad, últimamente les tengo perdida la pista.


Espero volver antes de cinco meses, pero no puedo prometerlo. Igual un día de estos cambio también el diseño y el título del blog... pero tampoco lo prometo. Jajaja.

Gracias a todos.

¡Salud!