QUINTO CUENTO. El Ángel Caído.

El detective Sparrow se acercó con el ceño fruncido al cadáver del joven escritor que yacía sentado en el suelo, con la cabeza y el dorso apoyados en la esquina más sucia de la tétrica habitación. El joven tenía su negra mirada perdida en una inmensidad que Sparrow no acertaba a comprender y las muñecas sesgadas de las cuales pendían unos hilos de sangre de un color más rojo del que el detective recordaba haber visto en cualquier otro humano, ya estuviera vivo o muerto.

Sparrow dejó al forense hacer su trabajo previo al levantamiento del cuerpo y decidió echar un detallado vistazo por la habitación en busca del arma suicida. El veterano y respetado detective buscó por todos los rincones del dormitorio algo que le sugiriese el más mínimo peligro, sin embargo, todo el mobiliario que se hallaba en el cuarto eran una cochambrosa cama, una silla con la pintura descorchada, un escritorio con una vieja Olivetti y un montón de folios que habían sido escritos utilizándola y un armario al que le faltaba una puerta. El resto de basura no eran más que restos de bocadillos, colillas de cigarros y una marchita rosa amarillenta embutida a en un botellín de cerveza lleno de agua.

El viejo policía no encontraba explicación a que el arma de un suicidio no se hallara entre tan escasas pertenencias; claro que él no vio que bajo el armario se encontraba la prímera página de la saga de hojas que había sobre el escritorio. Se trataba de un folio en cuyo centro había escrito un título: "El Ángel Caído". El margen izquierdo de la hoja estaba totalmente coloreado de un matiz granate apagado, el color que toma la sangre al impregnar la celulosa.

Si el detective Sparrow hubiese pensado en leer la novela del difunto escritor, hubiera descubierto que la última página del montón que se encontraba junto a la máquina rezaba la siguiente frase, justo antes de su punto y final: "[...] Y es que a veces no recordamos que las cuchillas más afiladas son las palabras".

El Ángel Caído.


Escrito el 11 de Enero de 2009

No recuerdo cómo surgió esta historia. Creo que, simplemente, por mi afición a la novela — y el cine— sino negra, al menos de tintes misteriosos, quise imbiscuirme en este campo con una de mis tonterías. El título, cómo no, lo saqué de una canción —en realidad, del disco donde se encuentra dicha canción—, aunque la frase final del relato que, apartando falsas molestias, me gustó, es de mi cosecha.

En mi adolescencia tuve mi ‘época heavy’ y, aunque pasó, siempre queda algo, y alguna canción hay que aún hoy escucharía con gusto.


Salud. Tomás.


2 comentarios:

  1. Tomás, no sabía que tenías un blog, te he descubierto por el fotolog!!
    Cuando tenga un ratillo tranquila te leo :P
    Cuidate!

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  2. Segundo relato consecutivo en el que amo una frase. La grandeza de tus frases es la verasidad que hay en ellas. A veces las palabras matan más que cualquier acto.

    Creo que el estilo de misterio te queda muy bien. Lo desarrollas muy bien además. Este me recordó un poco a CSI y esas cosas, pero el escritor, el detective con ese nombre, el libro y la frase, estuvieron todas donde debian estar. En su lugar.

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